CIRCUITO CIENTÍFICO

Europa y la ciencia espacial

XAVIER BARCONS

Xavier Barcons es profesor de Investigación del CSIC en el Instituto de Física de Cantabria (CSIC-UC) y miembro del Comité Asesor Científico de la ESA.

L a misión Mars Express, de la Agencia Europea del Espacio (ESA), va camino de Marte. Se trata de un proyecto del programa científico de nuestra agencia que, entre otras cosas, proporcionará mapas de gran resolución de la superficie de Marte, mapas mineralógicos, estudios detallados de la orografía y el subsuelo mediante radar, así como la búsqueda de trazas de ozono y/o vapor de agua en su atmósfera. La guinda de Mars Express es la sonda Beagle-2, que aterrizará en Marte y que recogerá y analizará muestras del suelo y subsuelo marciano en busca de evidencias, y quién sabe si trazas, de vida pasada o presente.

En el panorama actual que se tiene en Europa de la ciencia y la tecnología, algunos se preguntarán por los beneficios inmediatos de esta misión, que ha costado alrededor de 200 millones de euros a la ESA e importantes cantidades adicionales a los países miembros que, como España, han concebido y construido los instrumentos científicos y esperan explotar sus resultados. Vaya por delante que creo con toda sinceridad que la respuesta inmediata es que ninguno, como corresponde a un proyecto cuyo objetivo es incrementar el conocimiento científico.

Ello no implica, por supuesto, que la actividad generada alrededor de esa misión espacial (y de cualquier otra de carácter científico) no haya generado una gran actividad tanto en los centros de investigación y desarrollo como en la industria. Problemas científicos o técnicos que nadie se hubiera planteado de no existir el ansia humana de conocer el cosmos se han podido atacar y resolver al amparo de los programas científicos de las agencias espaciales, dejando una amplia huella a lo ancho del sistema ciencia-tecnología-industria. Pero no hay que olvidar que la motivación básica y esencial en Mars Express es pura y simplemente una de las más antiguas de la humanidad: ampliar nuestro conocimiento del universo en que vivimos.

Mars Express constituye un proyecto único en muchos aspectos. Por un lado, esta misión sigue a otras dos (XMM-Newton e Integral) concebidas y operadas por la ESA. Frente a un gigante como NASA (administración espacial estadounidense), cuyo presupuesto quintuplica el de ESA, el que Europa demuestre su capacidad de liderazgo en ciencia espacial es un motivo de alegría y orgullo. La misión a Marte llega también en un momento especialmente delicado para Europa en su exploración y utilización del espacio. Por un lado, la profunda crisis que atraviesa el sector industrial del espacio en todo el mundo está atacando con especial saña a la industria europea, que carece del amplio mercado institucional (defensa, hablando en plata) con que cuenta la industria norteamericana del sector.

Una parte fundamental de la política europea en el acceso al espacio lo constituye la apuesta por desarrollar los lanzadores (cohetes) Ariane. Los últimos fallos en los lanzamientos de la más novedosa serie de Ariane 5 han puesto en entredicho la metodología empleada en su fabricación, algo que los Gobiernos europeos han resuelto remediar recientemente.

Un último ingrediente en este panorama europeo en la ciencia espacial tiene que ver con la incipiente política espacial de la Unión Europea y en concreto con el Libro Blanco sobre política espacial europea que la Comisión Europea está elaborando con la ayuda de la Agencia Europea del Espacio. Hay que aclarar que, si bien la ESA es un organismo europeo que consta de 15 países miembros, no todos coinciden con los miembros de la Unión y no existe ningún vínculo formal ni de dependencia entre UE y ESA. En el proceso de elaboración de este documento, la Comisión Europea ha abierto un proceso de consultas a distintos sectores. El énfasis de la consulta se da a los aspectos de servicio público y de atención al sector industrial, que sin duda merecen ser objetivos claros de dicha política. Sin embargo, la utilización y explotación científica del espacio apenas merece mención alguna en la consulta de la Comisión Europea.

No hay que engañarse: el programa científico de la ESA es el único al que los países miembros deben contribuir de forma obligatoria. Esta contribución, proporcional al producto interior bruto de cada país, se fija en las conferencias ministeriales de la ESA, que tienen lugar regularmente y en las que se ha ido perpetrando una erosión sistemática en el nivel de recursos disponible. A pesar de estos problemas financieros tenemos ciencia espacial en Europa. Sin embargo, la perspectiva de que sea la Comisión Europea la que pueda llegar a tener capacidad de decisión en este tema nos produce una justificada preocupación a muchos científicos. No en vano las ciencias del espacio (no así otras actividades del ámbito espacial) brillan por su ausencia entre las prioridades del actual programa marco de investigación y desarrollo de la UE. Es fácil imaginar que, bajo esta óptica, una misión de ámbito puramente científico como Mars Express aún hecha con un presupuesto muy ajustado, no hubiera visto la luz. La necesidad de acometer misiones de ciencia básica en el espacio, algo de obligado cumplimiento en la estructura actual de la ESA, no quedaría ni mucho menos garantizada si se modificara la actual estructura competencial en este campo.

Tampoco hay que extrañarse de que en Europa siempre vayamos por detrás de EE UU en el espacio. Las encuestas indican que cerca de tres cuartas partes de la ciudadanía norteamericana muestra su acuerdo en mantener un alto nivel de inversiones públicas en investigación básica, a pesar de que parecido porcentaje no sabe exactamente qué investigaciones se hacen. Lo que sí sabe la ciudadanía estadounidense, y los dirigentes europeos parecen ignorar, es que esa inversión en ciencia básica que no es rentable a corto plazo ni en votos ni en dinero, es el seguro de EE UU para seguir siendo la primera potencia mundial. Y para avanzar en una de las más viejas aspiraciones de la humanidad, que es incrementar el conocimiento de nuestro mundo.




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